
Derecho y Razón
Erick Dour Iglesias
El pasado domingo 1 de junio de 2025, México vivió un momento histórico sin precedentes: elegimos a todas las personas juzgadoras del país, desde los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación —el máximo órgano judicial— hasta los jueces de los municipios más apartados de nuestras comunidades. Un hecho sumamente importante y con relevancia a nivel mundial, pues ningún otro país había dado un paso de esta naturaleza para transitar hacia una elección de su Poder Judicial.
La magnitud de este ejercicio democrático nos obliga a detenernos y reflexionar seriamente: ¿y ahora qué? ¿Se terminará la injusticia que por años ha padecido nuestro país? ¿O veremos, por el contrario, un agravamiento de los problemas que ya existen? ¿Qué cambios reales podemos esperar?
Hoy es difícil tener respuestas claras. La incertidumbre marca el horizonte. Elegir juzgadores de manera directa es, sin duda, un intento por acercar la justicia a la ciudadanía y dotarla de mayor legitimidad. Sin embargo, las circunstancias actuales no nos permiten ser del todo optimistas. No basta con renovar las caras en el Poder Judicial si no se atiende otro pilar esencial para el acceso a la justicia: las fiscalías.
Es ahí donde ahora debemos concentrar nuestros mayores esfuerzos. De nada servirá contar con un Poder Judicial “renovado” si las fiscalías siguen padeciendo los males que por décadas las han aquejado: falta de personal, capacitación deficiente, corrupción y rezago en las investigaciones. Sin fiscales profesionales, autónomos y comprometidos, las mejores sentencias quedarán en letra muerta porque nunca llegarán los casos bien integrados a los tribunales.
La justicia comienza en la calle, en la atención de las víctimas, en la adecuada integración de las carpetas de investigación, en la persecución efectiva de los delitos. Un juez no puede dictar sentencias justas si antes no ha habido una fiscalía que haga su trabajo con rigor y responsabilidad.
La elección de Ministros, Magistrados y Jueces que vivimos es histórica, sí. Pero su éxito dependerá de que no nos quedemos con solo ese cambio. Hoy más que nunca, necesitamos construir instituciones sólidas desde la base, y eso implica voltear la mirada hacia las fiscalías. Si no atendemos esa gran deuda pendiente, el gran experimento democrático que acabamos de protagonizar corre el riesgo de convertirse en una verdadera desilusión.
¿Y ahora qué? Ahora toca trabajar más duro y exigir más. No sólo a los nuevos jueces, sino también a los encargados de construir los casos que llegarán a sus manos.