
Tromba de Obsidiana
Luis Andrés Rivera Levario. Vocero de Salvemos los Cerros de Chihuahua.
Hay una frase que repetimos en Salvemos los Cerros: conocer para amar, amar para defender. Nació del camino, de la tierra misma, y hoy resume no solo nuestra forma de ver el territorio, sino también nuestra manera de entendernos como personas y como comunidad.
El conocimiento del territorio es también conocimiento de uno mismo. Así como exploramos un cerro, un arroyo o una llanura, también podemos recorrer nuestras propias heridas, historias y posibilidades. Conocerse es una forma profunda de valorarse, y esa valoración no se queda en el plano individual: se vuelve fuerza para defender la vida.
En la defensa del territorio, inevitablemente, uno mismo se descubre. Quien ha participado en una caminata comunitaria, en una protesta, en una consulta, sabe que algo se mueve adentro. Que defender un cerro es, de algún modo, defenderse a sí mismo. Que cuando levantamos la voz por un arroyo, estamos diciendo también: mi vida vale, mi comunidad vale, mi futuro vale.
Durante décadas nos enseñaron lo contrario. En Chihuahua –y en muchas regiones del norte– se nos repitió que el desierto no era valioso, que era tierra vacía, tierra para “aprovechar”, para “desarrollar”, para quemar, desmontar y convertir en cemento. Y cuando aprendimos que el desierto no valía, sin darnos cuenta aprendimos también que nosotros mismos no valíamos. Que la vida aquí era sacrificable.
Pero eso es falso. Y desmontar esa mentira histórica solo es posible a través de la organización comunitaria y la lucha socioambiental. Porque nada cambia solo: cambia cuando la gente se encuentra, se escucha, camina junta y decide que su dignidad es irrenunciable.
En estos años, Salvemos los Cerros ha sido parte de ese despertar. Hemos visto un cambio real en la consciencia de las personas: familias que antes no miraban sus cerros ahora los aman; jóvenes que nunca habían ido a un río ahora lo defienden; comunidades que habían perdido la esperanza ahora se reconocen como sujetas de derechos. No somos las únicas, pero sí hemos sido una chispa más en esta transformación colectiva.
Claro que falta muchísimo. La depredación continúa, los intereses económicos siguen presionando y la política institucional avanza a paso lento. Pero nuestra fuerza está en lo cotidiano: integrar estos valores todos los días, en cómo caminamos, cómo votamos, cómo hablamos con nuestras hijas e hijos, cómo respondemos ante la injusticia, cómo construimos comunidad.
Y en ese camino, usar todas las formas de lucha nos ayuda también a crecer en la defensa de otros derechos humanos. Cuando defiendes un cerro, entiendes mejor lo que significa defender el agua, la educación, la salud, la memoria, incluso la paz. Porque todo está conectado.
Todo.
Como la red de raíces bajo el suelo.
Como las corrientes subterráneas del desierto.
Como la comunidad que estamos tejiendo.
Al cuidar los cerros, cuidamos mucho más que un paisaje: cuidamos una forma de vida que soñamos, una vida donde no haya explotación de las personas ni de la Madre Tierra. Una vida donde podamos decir, con toda la fuerza y toda la ternura: conocer para amar, amar para defender.
