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HÉCTOR RUEDA

En los últimos años, las estadísticas revelan una realidad alarmante: el 45% de los campesinos en nuestro país ha sufrido de depresión grave, el 60% ha enfrentado problemas económicos serios, y el 75% ha temido perder su patrimonio. Estas cifras no solo son preocupantes, sino que reflejan la precariedad que enfrentan los hombres y mujeres del campo, quienes, a pesar de ser los pilares de nuestra alimentación y economía, siguen siendo invisibles para muchas instituciones y políticas públicas.

Históricamente, la labor del campesino y el ganadero ha sido una de las más nobles y esenciales en nuestro países. En todos los rincones de México, desde los núcleos agrarios más alejados hasta las grandes ciudades, ellos trabajan de sol a sol, día tras día, para asegurar que haya comida en nuestras mesas. Sin embargo, lo hacen sin acceso a un seguro médico, sin garantías de estabilidad económica y, en muchos casos, sin ningún apoyo por parte de la sociedad o del gobierno.

El panorama se complica cada año. Los insumos y factores de producción se encarecen, mientras que los precios que reciben por su trabajo apenas alcanzan para cubrir las pérdidas. El campesino no solo enfrenta la inseguridad económica, sino también la incertidumbre de un sistema que no lo respalda. Trabajan de lunes a domingo, sin importar si es día festivo o no, con la esperanza de que su esfuerzo se traduzca en frutos que puedan alimentar a millones.

Pero, ¿qué pasaría si el campo dejara de producir? La respuesta es clara: el país colapsaría. No solo perderíamos una parte fundamental de nuestro Producto Interno Bruto (PIB), sino que la economía mexicana sufriría un golpe devastador. Si no fuera por los campesinos, estaríamos obligados a importar alimentos, lo que incrementaría los costos de la canasta básica, afectando directamente nuestros bolsillos. México es un país con gente trabajadora y honrada, pero si los precios siguen subiendo y nuestros salarios no crecen al mismo ritmo, el sistema económico colapsaría en cuestión de días.

Esta situación nos lleva a una conclusión inevitable: el campesino es el verdadero motor de nuestro país.Como hijo, nieto, sobrino, vecino y amigo de campesinos, me atrevo a decir que ya basta de injusticias. El campo no pide dádivas ni ayudas gratuitas, lo que exige es justicia social. Exigimos precios de garantía justos, subsidios económicos que fomenten la estabilidad y certidumbre para los campesinos, para que puedan seguir desempeñando su labor con dignidad y sin la constante amenaza de la pobreza.

El campesino no pide ser salvado, pero sí merece que se le ofrezca el reconocimiento y el apoyo que su labor exige. Porque SI EL CAMPO NO PRODUCE, LA CIUDAD NO COME. Y si no protegemos y apoyamos a nuestros campesinos, todos sufriremos las consecuencias.

Héctor Osvaldo Rueda Gutiérrez es un joven campesino originario del municipio de Buenaventura, del ejido Benito Juárez. Actualmente cursa la licenciatura en Derecho, con interes en la política como un medio para promover el respeto a los derechos y la dignidad del campo y de las comunidades más vulnerables. Labora en el Registro Agrario Nacional y forma parte del Parlamento Juvenil 2025 en representación del Distrito 01, procurando contribuir de manera responsable al cuidado y la defensa de los intereses del sector rural.

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