
Tromba de Obsidiana
Luis Andrés Rivera Levario. Vocero de Salvemos los Cerros de Chihuahua.
Durante años se nos ha enseñado que la educación ambiental consiste en aprender a “cuidar los recursos naturales”. Esa frase, que parece inocente, encierra un profundo problema: nos coloca fuera de la naturaleza, como si fuéramos sus dueños, y la reduce a un conjunto de bienes que se pueden usar, comprar o vender. No se nos enseña a sentir el territorio, ni a reconocer que somos parte de él. Así, la educación ambiental dominante no ha sido una educación del vínculo, sino de la mercancía.
Esa visión es funcional a un sistema extractivista que necesita que la gente no valore los ecosistemas, que los vea como espacios vacíos listos para ser explotados. Mientras no reconozcamos que los cerros, los ríos y los suelos son seres que nos sostienen, el sistema podrá seguir lucrando con la ignorancia y la indiferencia de una sociedad desconectada de la tierra.
No bastará con reformar los programas escolares o con más campañas de reciclaje. El problema es más profundo: es social, político y espiritual. Se trata de romper con la relación de explotación que se ejerce sobre todos los seres vivos, incluidos los humanos. La verdadera educación ambiental no ocurre en el aula, sino en la vida comunitaria, en la defensa del territorio, en los actos cotidianos de respeto hacia la naturaleza.
Gracias a la lucha de Salvemos los Cerros de Chihuahua, la sociedad comienza a despertar. Hoy muchas personas saben que los cerros captan agua, que regulan el clima y que son fuente de identidad y espiritualidad. La defensa del territorio ha sido también una escuela: la escuela de la dignidad, donde aprendemos a mirar al cerro no como un obstáculo para el desarrollo, sino como un ser que nos enseña y nos sostiene.
Por eso, cuando las empresas solicitan permisos a la SEMARNAT para desmontar el Cerro Coronel o para abrir un nuevo fraccionamiento que destruiría el Cerro del Caballo, no lo vemos como simples trámites administrativos. Antes, muchas de estas obras ni siquiera acudían a la autoridad ambiental federal: se amparaban en permisos municipales mucho más laxos, fuera del marco ambiental. Gracias a las denuncias y la presión social de Salvemos los Cerros de Chihuahua, varios proyectos han sido clausurados y las empresas se han visto obligadas a someterse a una revisión más estricta.
De algún modo, también ellas están recibiendo educación ambiental. Han tenido que aprender —por la vía de la ley y de la resistencia ciudadana— que el territorio no es un espacio vacío disponible para el lucro, sino un bien común que merece respeto. Esa es la educación ambiental que transforma: la que nace de la defensa del agua, de la vida y de la historia de nuestra ciudad. Sepan que no lo vamos a permitir.
Seguir defendiendo nuestros derechos y el territorio es seguir educándonos en la verdad de la tierra. La educación ambiental que necesitamos es la que se construye en los hechos, desde el amor y la resistencia. Una educación de la dignidad, de la reciprocidad y del respeto a la Madre Tierra.
