
CARLOS TERRAZAS
Organizar el viaje a la Ciudad de México empezó como esas ideas que nacen en una plática cualquiera entre jóvenes… pero que de repente ya estás hablando con medio mundo, cuadrando horarios, viendo cómo le haces para reunirse entre amigos/as y que nadie se quede fuera. Todo para que un grupo de jóvenes con convicción social de la real, no la de discurso, pudiera estar ahí, presentes. No era turismo. No era foto. Era compromiso.
El camino tuvo su tensión. Desde antes de salir ya corría el rumor de los bloqueos de agricultores y el miedo de quedarnos varados estaba ahí, aunque nadie lo dijera fuerte. Aun así, nadie se rajó. Cuando vas con una causa que te mueve de verdad, esas incomodidades pasan a segundo plano. Íbamos representando a miles que creen en un proyecto que no solo ha empujado cambios, sino que por primera vez volteó a ver a los jóvenes como parte esencial. Íbamos como parte de la 4T… pero también como parte de una generación que ya no quiere ver desde afuera.

Llegar al Zócalo fue una sacudida al pecho. No hay forma elegante de describirlo. Es sentir que la plaza late, que la gente forma una sola voz y que tú estás ahí, parado en medio de algo enorme. Llegamos temprano para agarrar buen lugar, sí, pero también para no perdernos ni un segundo de todo lo que pasaba: la marcha, la energía, ese momento en que te acomodas firme, esperando la llegada de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo. La historia en frente, literal.
Y claro, mis compañeros hicieron lo suyo. Efren, con sus ocurrencias que siempre logran romper la tensión y hacerte reír aunque vayas con sueño. Jesús, “el Beli”, que por su altura parecía faro entre la multitud; si lo perdíamos de vista, sabíamos que estábamos demasiado lejos. Y Ulises, un hermano más que un amigo, de esos que no te dejan solo ni un minuto y que siempre caminan contigo, literal y políticamente. Ellos también son parte del movimiento, aunque no salgan en discursos: porque la política también se construye desde la amistad y la lealtad.

El viaje estuvo pesado, no lo voy a maquillar. Fue largo, cansado… pero uno regresa con el corazón más firme que antes. La convicción, esa palabra que muchos repiten sin sentir, fue lo único que nos mantuvo despiertos. Los jóvenes seguimos creyendo en este proyecto porque lo hemos vivido de cerca. Porque sabemos que no es perfecto, pero también sabemos que no queremos que se desvíe. Queremos cuidarlo, empujarlo, sostenerlo.
El 6 de diciembre me dejó claro algo que ya intuía: la 4T no se mueve sola. No nace en escritorios ni en discursos. Nace en la gente que viaja, que marcha, que levanta la mano, que dice “aquí estoy”. Cuando ves a miles caminando juntos, entiendes que esto sigue vivo y no es casualidad.

Y entendí algo más profundo: para nosotros, los jóvenes, este viaje no fue un viaje. Fue una postura. Un mensaje. Una forma de decirle al país que no estamos esperando milagros… que estamos dispuestos a trabajar, a organizarnos, a cuidar un proyecto que creemos que vale la pena. Somos una generación que no se rinde ante el ruido ni las fake news. Somos una generación que quiere futuro.
Si algo me dejó este 6 de diciembre es simple: Los jóvenes ya no vamos solo de visita a la política. La estamos ocupando. La estamos defendiendo. Y estamos listos para impulsarla para que la transformación siga, crezca y no retroceda.
Carlos Yahir Terrazas Armendáriz es licenciado en administración de empresas, originario de Delicias, impulso el labor social de las comunidades. Colaboró con jóvenes para fortalecer su participación comunitaria. Mi trabajo refleja convicción, compromiso y el deseo de mejorar el entorno local.
